lunes, 14 de agosto de 2023

EL FILÓSOFO DECLARA de Juan Villoro. Reseña de la función de Estreno 2a Temporada, por Ulises Laertíada 12 de Agosto 2023

 




El filósofo declara 

de Juan Villoro


Sabido es que existen dos tipos de filósofos: los de tiempo completo y los que vacacionan con la razón. A la primera estirpe pertenece el Profesor, protagonista de la obra teatral El filósofo declara del escritor mexicano Juan Villoro, publicada el 13 de agosto de 2010 por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahora presentada en su segunda temporada en Guadalajara, Jalisco, en el Teatro Vivian Blumenthal, por la compañía de teatro Concerttante, a cargo del director Jorge Taddeo. 

El Profesor, un erudito de la filosofía retirado en su casa, es una de las mayores glorias que ha dado México; sin embargo, pese a su condición voluntaria de eremita, su nación no lo olvida, mucho menos la Academia de Filosofía, por ser un bestseller en su categoría y representar la poca dignidad que queda en materia de filosofía. Vive con su esposa Clara, una mujer que se desvive por la integridad de su esposo más por la intelectual que por la física, quien hace las veces de cómplice filosófica, o, lo que asimismo no resultaría disparatado, su respectiva Teofrasto. A fin de no perder su preciada lucidez, considera que es mejor pensar sentado en una silla de ruedas que de pie, contrario a los andares de la escuela Peripatos de Aristóteles, puesto que los únicos móviles que hay que echar a andar son los del pensamiento. Más platónico que Platón, la concreción, a juicio del Profesor, es una forma de la estulticia, siendo de vital importancia elevarlo todo a carácter de universal, donde las cosas valen la pena ser estimadas.    

Con concienzudas dosis de superioridad racional y claros signos de machismo ilustrado, el Profesor tiene a su merced a la mujer que lo acompaña, su exalumna más destacada, con quien ejerce el estudio teórico–práctico de la antiquísima dicotomía entre cuerpo y alma. Incapaz de admitirlo abiertamente por excesos del oficio, el Profesor no expresa con claridad coloquial su inclinación por el cuerpo de su esposa y acaso tampoco por los de pasadas doctorandas que tuvo en su paso por la facultad.   

Se asume como un pensador en perpetuo raciocinio, aun en la cotidianidad más simple y sencilla, la de todos los días, solapado por su esposa, que a ratos juega con los delirios de grandeza de su pareja, a ratos se agota por el mismo motivo. Pero es quien lo entiende mejor: vivir al lado de un filósofo la ha enamorado del amor en sí.

Sin embargo, el Profesor tiene una sobrina, Pilar, quien es escritora, acaba de volver a México después de un viaje por la India y llega a su casa a pasar algunos días, lo que provoca en el ánimo de su tío profundas aversiones por su pasión literaria, dado que los novelistas no se preocupan por la verdad, sino que a fuerza de decirlo todo con absoluta precisión y deleite por las palabras, pierden el único modo de entender el mundo: a través de conceptos. 

El Profesor dispone de un chofer personal, Jacinto, un hombre en apariencia bruto, rebautizado como el Presocrático, por ser un excelente ejemplar de persona carente de razón, quien le sirve en aquellas penosas y fatigantes tareas cotidianas que no le gusta enfrentar, puesto que horas dedicadas a esos menesteres, son horas restadas a su único trabajo: pensar. No obstante, los prejuicios del Profesor no le permiten ver en aquel muchacho los parecidos que guardan, porque es más de lo que finge en presencia del filósofo: un actor y un estudiante de filosofía; pero, sobre todo, el único puente restante entre el Profesor y el mundo exterior, una entidad hablante con la que puede seguir manteniendo cierto contacto con la realidad, además de su esposa; en suma, un mártir para combatir la hiperracionalidad del Profesor, que lo ha llevado a enajenarse en sí mismo. 

En casa del maestro de ruedas, lugar donde transcurre la totalidad de la obra en dos actos, él y su esposa hablan en todo momento sobre el Pato Bermúdez, colega y gran amigo del primero, quien encarna una especie de corrupta ralea del buen filósofo: intelectual de bajos vuelos, buscador de falsos parámetros de conocimiento, mujeriego, derrochador de emociones, apostador de corazones, burócrata académico y asalariado del gobierno, aunque sobreviviente de accidentes automovilísticos. El Pato, en efecto, se encuentra en las antípodas del Profesor, diríase que es su némesis de marco teórico. Su empeño por hacer que su amigo de la juventud se incorpore a la Academia resulta poco menos que una acción inútil, puesto que no existe una sola universidad en el mundo capaz de cobijar a alguien que se tiene por un filósofo auténtico. Además, congruente hasta su madurez, cae rendido a los pies de Pilar, quien le recuerda a su madre, Yolanda, con quien tuvo amores en otra época. 

Es, pues, en casa del filósofo recogido donde tiene lugar la cena, forzada por las circunstancias, con su colega el Pato Bermúdez, quien ha salido airoso de un incidente en carro de camino a su cita, en la que comparecen asimismo tanto su sobrina como el chofer, quienes se entretienen con ciertos dejos de pasión en la cocina. Se reencuentran los amigos, recuerdan a su maestro en común, Olagoitia, un prócer de la filosofía de la vieja guardia, además de tener el don de adjudicar sobrenombres a mansalva el Profesor, el Pulpo Raquídeo; Bermúdez, el Pato, el Gargajo Ontológico, se desatan las afecciones de las que incluso intelectuales no pueden desentenderse, se recuerdan viejos amoríos: el Pato, un irredento poliamoroso, mientras que el Profesor, un hombre de una sola mujer, pero incapaz de aceptarlo o de ceder ante el poder de los sentimientos. 

Las argumentaciones, los reclamos y las exigencias del Presidente de la Academia de Filosofía, el Pato, no bastan para que el Profesor se dé de alta y regrese al mundo de los vivos para retomar su lugar privilegiado. Su docta obstinación le muestra la senda iluminada por la que ha de seguir: entregado devotamente a la razón, más allá de los títulos y los puestos concedidos, aun a riesgo de seguir siendo considerado por todos sus colegas como una figura ensoberbecida.

Con todo, los amigos filósofos encuentran que en medio de su diálogo doméstico reside otra forma del ensayo, sólo que por última vez en clave confesionaria y elegíaca: dos modos periféricos de trabajar con el pensamiento. En contra de las posibilidades lógicas de su encuentro, aquello se convierte en un crimen al estilo holmesiano, con cristalización de amores, engaños y compasiones de por medio. Los filósofos se desengañan y al fin muestran su susceptibilidad escondida por el logos.

Cada personaje es fiel a sí mismo y su habla lo manifiesta con rotunda claridad. El Profesor piensa, habla e interpreta todo en clave altamente conceptual, mientras que su esposa, Clara, entendida en ideas y conceptos, sabe ir allá donde los filósofos elucubran, pero sin perder contacto con la realidad, y así lo hace con una forma de hablar como de vaivén: entre las ceremoniosas citas filosóficas y los decires coloquiales, incluso las altisonancias. Por otra parte, Pilar, la sobrina escritora, es más bien una joven sin complejos ni complicaciones para hablar: deja más bien su floritura literaria en las novelas que escribe y se comunica en situaciones reales como cualquier persona ordinaria. Sólo desea pasar un buen rato en casa de su tío chiflado y no le interesa exhibir sus conocimientos literarios. Jacinto, el chofer, debido a su talante como actor, sabe utilizar distintos registros lingüísticos: desde el dequeísmo de un hablante defectuoso hasta el lenguaje de tesis de un estudiante de filosofía afectado. Cumple su cometido para engañar al Profesor: modifica sus expresiones según las necesidades. El Pato Bermúdez, un filósofo más bien de segundo rango, no se desentiende del todo de su rol como maestro, pero no lo evidencia en todo momento como su colega. De cuando en cuando menciona términos y hace alusiones a ideas filosóficas, pero se siente más cómodo hablando como si apenas recordara lo que es. Sus actitudes distan mucho de un filósofo disciplinado y esmerado, siendo más una suerte de donjuán de la Academia.       

El poder persuasivo de la obra de Juan Villoro, aunado a una acertada ejecución actoral por parte del elenco artístico, además del fino trabajo directivo, sin lugar a dudas hace de este relato escénico un auténtico desfile de emociones y reflexiones. Todos los elementos implicados en la escenografía convergen en la atmósfera narrativa de la obra: una casa con colores contrastantes, la luz de una razón luchando consigo misma, las demás tonalidades grisáceas y oscuras como un mundo que se viene encima al filósofo comprometido. Los sonidos externos a la casa son mera hipótesis, alejados de cualquier interés para quien se dedica a contemplar el ser de las cosas. Un decorado adecuado al ambiente ambivalente de la casa del Profesor, logrado en todos los sentidos, en un hogar no del todo con concierto estético, pero ni por asomo dispuesto de manera irracional, sino con el virtuoso medio del que un buen filósofo se jactaría, tal y como el propio protagonista de esta historia. Si se me permite agregarlo, las más de las veces ocurre que de la obra escrita a la representación hay muchas diferencias, pero no es el caso con esta obra, pues es como si tanto el dramaturgo, Juan Villoro, como el director, Jorge Taddeo, y los actores que participan en ella, Karina Hurtado, Eduardo Villalpando, Marco Orozco, María Belén y Jonathan Gutiérrez, sinérgicamente se hubieran entendido para homogeneizar la ficción literaria con la adaptación teatral de esta pieza, más que comédica, aunque pudiera parecer inconcebible, decididamente demostrable en la desnudez de la realidad.          

El filósofo declara es un testimonio, sin temor a la exageración, y mucho más que ejemplarizante, real y controversial sobre el comportamiento del filósofo en su vida personal y en sociedad, que no siempre resulta tan distinta del común de los hombres y de las mujeres, no al menos en los estratos íntimos, en su trato con los otros; revela a las claras esa objetable radicalización del ejercicio filosófico, que bien puede llegar a desenfocar un estudio correcto y mesurado del mismo. Con toda certeza es una obra que se presta a la posterior reflexión de lo que se hace en el ámbito académico, de las actitudes intelectuales tomadas por los profesionales de la filosofía, y no menos por una importantísima cuestión que permea a lo largo de ella: la relación natural entre el pensamiento y la vida misma.


Ulises Laertíada

12 de agosto de 2023, Guadalajara, Jalisco, México.