A propósito de “Marguerite”.
O un pretexto para reflexionar sobre los públicos, los promotores y el arte.
Película francesa del 2015
dirigida por Xavier Giannoli, con la actriz Catherine Frot como protagonista.
Marguerite es una amante de la
ópera en la Francia de los 20’s. Atesora todo lo posible de este género: 1,400
partituras originales, vestuarios, pinturas, libros, utilería y discos que escucha
fervientemente.
Es una mujer
con mucho dinero, que apoya las artes ofreciendo conciertos en su casa para un
círculo reducido de amigos y “conocedores”, con cantantes que ella ha escuchado
previamente y a quienes paga generosamente e incluso los ayuda a forjar
carreras y proyectos.
Pero Marguerite
ante todo es una Cantante Operística. Nunca ha estudiado el canto con un
maestro profesional, pero dedica muchas horas diarias al estudio del arte vocal.
Cuenta con una envidiable colección fotográfica donde ella aparece hermosa encarnando
los roles de Dalila, Carmen o Brunilda, entre otros.
Por si fuera
poco, Marguerite posee con una calidad profundamente humana, que contrasta con
una incapacidad de escucharse a sí misma cuando canta. No tiene una referencia
del sonido de su voz al salir de su cuerpo. El resultado es una voz terrible y
desafinada. Graznidos que se entretejen con sonidos relativamente
correctos, convierten su canto en
algo grotesco.
La primer aria en
que la escuchamos es la de la Reina de la Noche: “Der Hölle Rache” y
literalmente la destruye. El público en la película (al contrario del de la
sala de cine) se mantiene sobrio, salvo algunos que se esconden y encierran
para no escucharla, y su marido que continuamente inventa una avería en su
carro evita a toda costa presenciar tamaño espectáculo.
Antes que Marguerite,
escuchamos a una joven mezzo invitada a cantar junto a otra soprano el dúo de
Lakmé con bastante buen gusto, y no puede dar crédito a lo que escucha. Cree
que debe estar muy enferma su anfitriona, pero constatará después que ella no es
consciente de su situación. Nadie en toda la casa es capaz de decir la verdad.
Sin embargo,
independientemente de ese pequeño dilema, Marguerite está consagrada al arte
vocal de una forma más pura que muchos “profesionales”. Tiene un enorme sirviente
negro (Denis Mpunga) que es su gran guardián, e igual la acompaña al piano
cuando ensaya, que hace llegar cantidades exorbitantes de flores de parte de
sus “admiradores” tras los conciertos privados. Es aparte su gran fotógrafo y
en suma su aliado más incondicional que recorta las críticas funestas de los
periódicos, logrando así mantener a su patrona en un sueño protegido de
cualquier intromisión. Recordándonos a Yolanda, la joven ciega de la ópera de
Tchaikovsky, que al ser hija del rey ha sido llevada a un refugio donde se
tiene prohibido decirle que tiene una carencia, y por lo tanto ella vive
creyendo que el mundo es así.
La siguiente
aventura es que decide ofrecer un concierto operístico en una gran sala de
Paris acompañada con orquesta, y aquel crítico que cada vez se vuelve un espíritu
más afín a ella la pone en contacto con un cantante de ópera que está en el
declive de su carrera para que la ayude. Naturalmente el maestro después de
escucharla deberá ser chantajeado sin el conocimiento de Marguerite para que
acceda a enseñarla. Poco a poco la vamos conociendo más , y nos conmueve enormemente
gracias a una actriz que se separa de sí misma para encarnar al personaje con una
bondad enorme, que nada tiene que ver con una boba por cierto.
La pregunta
inminente es si de igual manera logra alcanzar al público, que al principio
rompía en carcajadas cada que la escuchaba, y que continúa así al llegar al
Concierto de Paris. A lo mejor uno espera después de ver el esfuerzo de
Marguerite y del maestro de canto una gran sorpresa, y de ahí las reacciones
más diversas.
Sin ánimo de
contar el paso a paso de toda la película, quedan muchísimos elementos que la
convierten en una de esas películas que me acompañarán a partir de ahora en mis
reflexiones, y no puedo dejar de meditar sobre lo que damos o no por sentado al respecto sobre la voz
humana, sobre el público, el arte, o de la necesidad de comunicarnos.