jueves, 27 de octubre de 2016


A propósito de “Marguerite”

O un pretexto para reflexionar sobre los públicos, los promotores y el arte.


Película francesa del 2015 dirigida por Xavier Giannoli, con la actriz Catherine Frot como protagonista.



Marguerite es una amante de la ópera en la Francia de los 20’s. Atesora todo lo posible de este género: 1,400 partituras originales, vestuarios, pinturas, libros, utilería y discos que escucha fervientemente.
Es una mujer con mucho dinero, que apoya las artes ofreciendo conciertos en su casa para un círculo reducido de amigos y “conocedores”, con cantantes que ella ha escuchado previamente y a quienes paga generosamente e incluso los ayuda a forjar carreras y proyectos.

Pero Marguerite ante todo es una Cantante Operística. Nunca ha estudiado el canto con un maestro profesional, pero dedica muchas horas diarias al estudio del arte vocal. Cuenta con una envidiable colección fotográfica donde ella aparece hermosa encarnando los roles de Dalila, Carmen o Brunilda, entre otros.

Por si fuera poco, Marguerite posee con una calidad profundamente humana, que contrasta con una incapacidad de escucharse a sí misma cuando canta. No tiene una referencia del sonido de su voz al salir de su cuerpo. El resultado es una voz terrible y desafinada. Graznidos que se entretejen con sonidos relativamente correctos,  convierten su canto en algo grotesco.
La primer aria en que la escuchamos es la de la Reina de la Noche: “Der Hölle Rache” y literalmente la destruye. El público en la película (al contrario del de la sala de cine) se mantiene sobrio, salvo algunos que se esconden y encierran para no escucharla, y su marido que continuamente inventa una avería en su carro evita a toda costa presenciar tamaño espectáculo.

Antes que Marguerite, escuchamos a una joven mezzo invitada a cantar junto a otra soprano el dúo de Lakmé con bastante buen gusto, y no puede dar crédito a lo que escucha. Cree que debe estar muy enferma su anfitriona, pero constatará después que ella no es consciente de su situación. Nadie en toda la casa es capaz de decir la verdad.

Sin embargo, independientemente de ese pequeño dilema, Marguerite está consagrada al arte vocal de una forma más pura que muchos “profesionales”. Tiene un enorme sirviente negro (Denis Mpunga) que es su gran guardián, e igual la acompaña al piano cuando ensaya, que hace llegar cantidades exorbitantes de flores de parte de sus “admiradores” tras los conciertos privados. Es aparte su gran fotógrafo y en suma su aliado más incondicional que recorta las críticas funestas de los periódicos, logrando así mantener a su patrona en un sueño protegido de cualquier intromisión. Recordándonos a Yolanda, la joven ciega de la ópera de Tchaikovsky, que al ser hija del rey ha sido llevada a un refugio donde se tiene prohibido decirle que tiene una carencia, y por lo tanto ella vive creyendo que el mundo es así.

Pero en aquel primer concierto en la película, están dos jóvenes críticos brutales, y son parte del público que escucha a Marguerite. Ellos escriben una crítica inversa elogiando a la gran Marguerite y mofándose de manera críptica, lo que impide a Marguerite ver el sarcasmo y encantada va a llevarle un regalo al gentil periodista que se ha permitido relatar sus proezas. Ahora ellos la convencen de participar en un espectáculo subversivo (lo cuál no mencionan) donde cantará la Marsellesa en un caos donde interviene hasta la policía lo que la lleva a confrontarse con aquel círculo de amigos “conocedores” que la amonestan por tomarse la libertad de cantar una canción que celebra la libertad, rebajando el espíritu de la obra.

La siguiente aventura es que decide ofrecer un concierto operístico en una gran sala de Paris acompañada con orquesta, y aquel crítico que cada vez se vuelve un espíritu más afín a ella la pone en contacto con un cantante de ópera que está en el declive de su carrera para que la ayude. Naturalmente el maestro después de escucharla deberá ser chantajeado sin el conocimiento de Marguerite para que acceda a enseñarla. Poco a poco la vamos conociendo más , y nos conmueve enormemente gracias a una actriz que se separa de sí misma para encarnar al personaje con una bondad enorme, que nada tiene que ver con una boba por cierto.

La pregunta inminente es si de igual manera logra alcanzar al público, que al principio rompía en carcajadas cada que la escuchaba, y que continúa así al llegar al Concierto de Paris. A lo mejor uno espera después de ver el esfuerzo de Marguerite y del maestro de canto una gran sorpresa, y de ahí las reacciones más diversas.

Sin ánimo de contar el paso a paso de toda la película, quedan muchísimos elementos que la convierten en una de esas películas que me acompañarán a partir de ahora en mis reflexiones, y no puedo dejar de meditar sobre  lo que damos o no por sentado al respecto sobre la voz humana, sobre el público, el arte, o de la necesidad de comunicarnos.

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